Magia en la sonrisa.


Y mirarle era mi pasatiempo favorito.
El suyo hacerse el despistado para que yo pudiese verle con tranquilidad.
A mi me gustaba pensarle distraido,
A el le gustaba imaginarme enamorada.

No sabéis lo fácil que nos resultaba fingir
que no pasaba nada durante los segundos que duraba
eso a lo que los mediocres llaman amor.

Nosotros le llamabamos magia.
Y os puedo asegurar que aparecia al menos 15 veces por minuto,
porque el resto del tiempo nos estabamos comiendo a besos.

La verdad es que aun no se reconocer el momento exacto 
en que me enamoré de su sonrisa,

Pero esque cada vez que suelta una carcajada por alguna de mis payasadas,
os juro que siento en el pecho un zoologico entero y no solo mariposas.

Su risa, es su risa todo lo que importa en el mundo y la que cura todos los males de vez.
Deberían utilizarla para apagar incendios, para frenar terremotos, para detener las inundaciones.

Eso si que era magia, y era en todo lo que yo creía.

Os aseguro que si todo el mundo fuese tan afortunado como yo,
si todo el mundo pudiese ver su sonrisa cada mañana,
o al menos unas 15 veces por minuto,
la paz en el mundo si que existiría.

No habría desigualdades ni desastres naturales,
solo su risa en un escaparate, como un conjuro que trae felicidad a quien la escucha, y paz al que la mira.

Pero si algo mágico tenía esa sonrisa, era quien la provocaba. 
No es por presumir, aunque honestamente un poco si, 
si algo tenía de especial esa magia en su risa era que, siempre que fuese yo quien se la provocara,
sonaba diferente al resto.

Sonaba diferente al resto de las veces que no estaba conmigo
y se veía diferente al resto de la gente que pisaba este mundo.
Era suya, pero me pertenecía a mi.

Y eso, queridos humanos, eso si que era magia.

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