Peleas conyugales

Algunas veces la guerra la ganaba yo, 
y triunfante sonreía por que al fin 
la razón era mía. 



Levantaba orgullosa la espada 
llena de sangre y lágrimas que derramaste
por tener que luchar conmigo una vez mas.


Aveces, la guerra parece la única solución, 
y yo a ti siempre te tendía emboscadas 
mientras tu solo me buscabas con un tratado de paz en los labios,
tan sencillo de firmar, pero mas aun de rechazar. 


Saltabas al vacío,
luchabas por que no te quedaba mas remedio. 
Pero no peleabas conmigo, te centrabas en mantenerte con vida,
en no morir en el intento. 


Suplicaste siempre por mi, escondido en la trinchera, 
por si en un despiste de torpeza,
me disparaba a mi misma con mis propias palabras. 
Nunca le tuviste miedo a las puñaladas que te lanzaba con los ojos. 


Tenías razón. 
Gané miles de batallas, y aun así perdí la guerra. 
El dolor de hacerte daño es mas agonizante que la muerte. 
Te apreté tanto el alma con las manos, 
que me estalló de frente.


Estuve ciega, y quizá por eso te veía como un enemigo. 
Nunca quise ver que, intentar hacerte daño, hacía efecto bumerán.
Que intentar matarte a ti, era luchar conmigo. 


Si hubiera disparado hacia dentro, 
si me hubiese enfrentado a mis miedos y al pasado, 
quizá podría haberle quitado la armadura al corazón
y, en lugar de dejarle morir en el intento, 
luchar por sobrevivir contigo.


A pesar de que, cada vez que me pisaba la cordura al andar, 
me rogabas que me atara la autoestima. 
Pero no lo hice, nunca me alié contigo. 


Nunca confié en que cambiaras, 
y tampoco lo has hecho.
Pero, ¿Qué clase de tirana soy para moldearte a mi forma? 

No quiero gobernar en tu vida, 
no lucho por doblegarte ante mi, 
no quiero que supliques por tu vida. 

Solo quería que tu y yo creáramos la independencia, 
la república independiente de nuestra vida. 

Pero nunca podré restaurar algo que, casi siempre, 
soy yo quien lo rompe por despiste.









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