Llueven mariposas.

Voy a hablaros del tic-tac de mi pecho, 
del paso del tiempo, 
de lo que fue y ya no estoy segura de que sea. 

Del vacío, 
del adiós,
de las mariposas nómadas que antes me hacían cosquilla, 
y esta noche se fueron mientras dormía, 
dejándome una hoja de reclamación, 
pidiéndome sus alas 
y la felicidad que me han prestado. 

Se las he dado, 
no soy de dejar fiado nada que no es mío. 
Las he dejado debajo de un árbol viejo junto a algunos CD's 
y cartas de amor con tinta invisible que me arranqué de la piel. 

Le di a las mariposas todo lo que era suyo, 
y todo lo que ya no era mío. 
Y fue sorprendente encontrarme a mi misma con la mano en el pecho, 
y sin nada que agarrar. 

Mi corazón era un préstamo con sabor a café y tabaco 
me han dado como consuelo una astilla con olor a despedida. 
Olor a adiós. 
Olor a final. 

Ha sido muy duro ver como tocaba la guitarra 
que ya no tengo 
bajo el árbol, esperando para despedirme de lo que he perdido. 


Y de repente, empiezo a llover
y el cielo empieza a llorar. 
Y caen mariposas muertas que se posan en mi piel 
y las acaricio, por que me compadezco de ellas. 

Entonces dejo de llover, 
y me abro un poco las entrañas, 
dándole el cobijo que merece cualquiera que sea capaz de mendigar por amor. 

Y fue entonces cuando lo comprendí todo. 
No se trata de querer perfecto. 
Se trata de querer bonito. 

Ellas me estaban dejando el alma podrida, 
pero yo las estaba ayudando a aprender a querer, 
y es ahí, en el pequeño esfuerzo, 
cuando se quedan conmigo, 
por muy muerta que esté. 

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