Cementerio de abrazos.

Llevaba un puñado de flores al azar 
por que nunca me dijiste cuales eran tus favoritas. 
Cada una de un color, cada una diferente a la anterior. 

Sonreí con vehemencia cuando las dejé sobre la tumba,
pensando que también eras diferente. 
También eras de colores y florecías abiertamente 
cada vez que sonreías.

Me senté en la arena, 
húmeda por todas las lágrimas que se ha derramado. 
Y agaché la cabeza. 
No eres tú quien está enterrado hoy. 

Llegas, agarras mis manos y me das el último. 
El abrazo muere a medida que mis lágrimas se pierden
en la humedad de la tierra 
que esperemos mañana se seque. 

En ese cementerio de abrazos, 
descansa cada uno que me diste para que yo recobrara las fuerzas.
Abrazos mártires que un día dieron su vida
para en uno de esos salvar la mía. 

Como morir por amor, 
como recibir una bala en el pecho 
cuando te tiras al suelo para proteger a alguien,
como cuando prefieres dar tu vida a que te la quiten. 

Con una sonrisa nueva, y un alma restaurada, 
me despido de todos esos abrazos que se dieron en la tristeza,
esos abrazos cálidos pero negros que iban de luto 
cuando me veían llorar. 

Y como agradecimiento por su sacrificio, 
dejo un puñado de flores, 
y todas las heridas que curaron 
cuando murieron con sus cicatrices. 

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